diumenge, 2 de juny del 2013

La pasión cubista de Diego Rivera

Dos exposiciones, en el Munal y en el museo Dolores Olmedo, exhiben pinturas clave de ese periodo poco conocido del artista.
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Una de las pinturas claves del periodo cubista de Diego Rivera es "Paisaje zapatista",
una obra en la que incluye elementos mexicanos y pone más color,
a diferencia de lo que se acostumbraba en el cubismo.
En la obra se distinguen un zarape, un fusil, un sombrero, unos guajes y las montañas.

ssierra@eluniversal.com.mx


Hace 100 años la etapa cubista de Diego Rivera estaba en todo su esplendor. Entre 1913 y 1918, en París, él produjo un número amplio de pinturas; varios de esos cuadros siguen siendo obras centrales en la pintura de Diego, grandes ejemplos dentro de las vanguardias y tema de polémica por su lenguaje, por los elementos que él incluyó, por las anécdotas que lo rodearon, algunas de las cuales incluyeron a Pablo Picasso y al que pronto se llamó “L’Affaire Rivera”.

A lo largo del siglo, exposiciones, publicaciones, eventos, han servido para revisar y, hasta cierto punto, redefinir lo que aquella etapa significó para él. Por ejemplo, el cubismo que Rivera hizo no adquiere la misma dimensión en su autobiografía Mi arte, mi vida, que en las páginas de “Diego Rivera, los años cubistas”, ensayo de Ramón Favela para la exposición que presentaron el Phoenix Art Musem y el Museo Nacional de Arte (Munal), en 1984.

Ahora el Munal, en el contexto de la exposición Vanguardia en México (1915-1940) exhibe una de las pinturas claves de ese periodo cubista: Paisaje zapatista (llamada en un primer momento El guerrillero). Atrás de esa pintura se encuentra La mujer del pozo, un cuadro cubo-futurista, que en 1913 pintó, que después cubrió con una capa de pintura morada y que fue “rescatado” en 1972 por restauradores mexicanos. “Diego tapa La mujer del pozo porque no tenía dinero para comprar una tela para hacer El Guerrillero”, cuenta la crítica de arte Raquel Tibol.

Como en Paisaje zapatista (1915), en varias pinturas de esa época Rivera incluye elementos mexicanos, pone más color, a diferencia de lo que se acostumbraba en el cubismo: “Es un cuadro de un cubismo ambiguo, no ortodoxo”, describe Tibol.

El cubismo de Rivera también se puede apreciar en la exposición Impulsos Modernos. Pintura en México 1840-1950, que hoy se inaugura en el Museo Dolores Olmedo, con el cuadro El marinero en el desayuno.

En medio de las vanguardias

“Por mucho tiempo se minimizó la participación de Diego Rivera en el cubismo, él mismo trató de ocultar esa parte de su historia que es fascinante; fue un pintor cubista importante”, dice Anthony Stanton, profesor de El Colegio de México, quien con Renato González Mello, director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, curó la muestra del Munal.

Tibol detalla: “La producción cubista de Diego inicia en 1913, cuando aparecen los primeros cuadros cubofuturistas y después los cubistas propiamente, y se extiende hasta principios de 1918 cuando él decide dejar el cubismo y entra a una etapa cezanniana, muy influido por Paul Cézanne. La producción cubista de Diego en ese periodo, es muy grande, variada y de excelente calidad”.

Como parte de la revaloración a lo largo del siglo, muchas ideas se han cuestionado: “Había un mito de que el Diego Rivera cubista era el vanguardista, el independiente, el complicado, el inteligente, y que luego se había convertido en una especie de pintor oficial. Sí se convirtió en un pintor con vínculos con el Estado, pero no en un pintor fácil, nunca, jamás ocurrió eso”, afirma González Mello.

De Picasso a Reverdy

Rivera en su libro Mi arte, mi vida que realiza con la periodista Gladys March, relata cómo Pablo Picasso lo mandó llamar con el pintor chileno Julio Ortiz Zárate: “Me mandó decirte que si tú no lo vas a ver él vendrá a verte”. El encuentro fue en la primavera de 1914.

Picasso conoció la pintura Paisaje zapatista y es en torno de ésta que se han construido versiones diferentes sobre

el distanciamiento entre los dos amigos. Stanton, por una parte, relata: “Picasso, que tenía un ojo devorador, digamos así, y se apropiaba todo lo que hacían los demás, vio que Rivera había hecho un descubrimiento interesante: un problema técnico de la pintura de esos años era cómo pintar el follaje de los árboles. No es exagerada la queja de Rivera, en el sentido de que Picasso le copió eso. Eso motivó un distanciamiento”.

Sin embargo, Tibol dice: “Picasso tenía la costumbre de visitar los talleres de los amigos, cuando encontraba una composición que le interesaba hacía una versión propia, UNA VERSIÓN, no una copia. Diego nota esto y no se enoja sino que declara que se siente halagado de que Picasso haya tomado elementos de un cuadro suyo. Entonces los amigos de Picasso, los picassistas se echan contra Diego”.

En su autobiografía, Diego habla de Picasso así: “…No creo que ningún pintor posterior a Picasso no haya sido influido por éste de algún modo. Siempre me he sentido orgullo no sólo de que Picasso haya sido mi profesor, sino de que sea mi amigo muy querido y sincero”.

Pero ese no fue el que pasó a llamarse “El Affaire Rivera”, éste tuvo lugar entre el pintor mexicano y el poeta y teórico del cubismo Pierre Reverdy, y fue un enfrentamiento a golpes.

Renato González Mello explica: “Reverdy tiene una teoría espartana del cubismo que dice que se tiene que omitir el color porque el color no es serio, no es racional, y reivindica la pintura de Juan Gris; Diego deliberadamente sale de eso, y hay una confrontación”.

El trofeo de Diego

Se ha contado ya que los relatos de Martín Luis Guzmán a Rivera, sobre lo que pasaba entonces en México, fueron determinantes para obras cubistas donde él tomó la iconografía revolucionaria. Favela habla de tres cuadros que tienen motivos mexicanos: Terrasse du café, El retrato de Martín Luis Guzmán y Paisaje zapatista. En éste último se distinguen un zarape, un fusil, un sombrero, unos guajes y las montañas.

González Mello dice en referencia a esa pintura: “sí hay una reivindicación que no me atrevería a bautizar con palabras que son posteriores -resistencia postcolonial o anticolonial-, lo que sí hay es algo distinto a un cierto eurocentrismo que tienen las vanguardias. Pero esa reivindicación está en el terreno del lenguaje. Es un verdadero reciclaje de símbolos, algunos muy fuertes. Es una reutilización del valor simbólico de las cosas, y un diálogo muy fuerte, demandante, con los pintores cubistas en París, sobre la noción de representación y sobre la posibilidad que existiera algo como un cubismo con características locales. Es un larguísimo debate en las vanguardias parisinas que no acaba de resolverse nunca”.

En el caso de Diego Rivera, el cubismo no fue sólo una etapa de exploración sino que definió mucho de lo que vendría después, remarca Tibol: “Si uno revisa con cuidado las formas que desarrolla en los murales de la Secretaría de Educación Pública y de Chapingo, indudablemente otro hubiera sido el estilo si no hubiera pasado por las vanguardias, por las etapas futurista, cubofuturista, cubista y cezanniana. Eso influyó en el estilo definitivo de Rivera, un estilo de un realismo avanzado, con constantes elementos simbólicos y de una enorme calidad pictórica”.

El cubismo fue más que exploración, más que París. Ramón Favela escribe: “Se convirtió en un estado mental marcadamente individualizado y personalizado, que lo llevó (a Diego) al monumental descubrimiento de sí mismo del que ya nunca se desvió. A pesar de cuanto después se contó o inventó sobre su fallido cubismo y sobre sus quejas acerca del tiempo perdido, fue en el cubismo –como agudamente observó Martín Luis Guzmán en 1915- donde Rivera descubrió el camino de regreso a Anáhuac, su tierra natal”.

http://www.eluniversal.com.mx/notas/926823.html

"La mujer del pozo", un cuadro cubo-futurista, que pintó en 1913,
para después cubrirlo con una capa de pintura morada.
Fue "rescatado" en 1972 por restauradores mexicanos.

El cubismo de Rivera también se puede apreciar en la muestra "Impulsos Modernos.
Pintura en México 1840-1950", que se expone en el Museo Dolores Olmedo,
con el cuadro "El marinero en el desayuno". Cortesía Museo Dolores Olmedo

La producción cubista de Rivera inicia en 1913, cuando aparecen los primeros
cuadros cubofuturistas y después los cubistas propiamente,
y se extiende hasta principios de 1918 cuando él decide dejar el cubismo.
(En la imagen, "Maternidad").

En el caso de Diego, el cubismo no fue sólo una etapa de exploración sino
que definió mucho de lo que vendría después: "el estilo definitivo de Rivera,
uno de un realismo avanzado, con constantes elementos simbólicos",
según indica la crítica de arte Raquel Tibol. (En la imagen, "Naturaleza Muerta").

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